miércoles, 2 de noviembre de 2022

NADA MÁS DIFICIL.

 


Nada más difícil que defender la ética y las buenas practicas a nivel empresarial, es más complejo cuando nos referimos a hacerlo en un país como el nuestro que se enorgullece de su “malicia indígena” que suele estar asociada a aprovecharse de personas o situaciones para obtener un beneficio propio, sin importar el perjuicio que se pueda estar ocasionando. Sentirse orgulloso de actuar así es de entrada un mal presagio.

Solemos decir con ingenuidad que a quien actúa mal, le va mal; sin embargo, sabemos que no es así, que ese cuento nadie se lo termina de comer porque la realidad nos dice todo lo contrario y aunque duela a los que actúan mal, suele irles muy bien

Este mundo se ha volcado a un fanatismo hacia las malas personas y a las conductas delincuenciales, volviéndose casi que metas aspiracionales, cosa riesgosa y preocupante, pues estamos ante una gran cantidad de personas que no han actuado en contra de la ley, por no habérsele presentado la oportunidad pero que, de surgir, la tomarían sin pensarlo mucho.

Toda esta perorata viene de los episodios que a nivel empresa se tienen que enfrentar casi que diariamente, prácticas que están enquistadas en las organizaciones y que no son más que el reflejo grotesco de la carente ética que adolecen las personas y que llevan consigo a las organizaciones donde trabajan, sin importar el tamaño que estas tengan.

No deja de resultar curioso como se piden cadenas perpetuas para los delincuentes, castigos medievales y que se les desconozcan todos sus derechos humanos, sin caer en cuenta que cometer delitos corporativos te pone el rotulo de delincuente.

Es curioso ¿no? Como se desean los peores males para las conductas de los “otros”, pero no les da para reconocer lo lesivas de las propias.

Quizá adolezco de ingenuidad (porque sí, soy una pendeja convencida que hay que hacer las cosas bien, por ética, por principios y no aparentar hacerlas bien, para encubrir todo lo que se está haciendo mal) pero llega el punto de ser intolerable como se quieren alcanzar objetivos sin importar lo que cueste y no me refiero a esfuerzo, a trabajo duro-. Ya a estas alturas ustedes saben a qué me refiero.

 

 Duele ver que, en el mundo empresarial, ese mundo que se ufana de transformar la vida de la gente, saber que en la realidad es un nido de víboras en el que a la brava hay que sobrevivir, porque la gente lo que menos aspira es a comportarse de manera apropiada.

Los malos ganan, los malos personificados en consultores que te dicen que han hecho sus negocios pagando “coimas” y “que tranquilo que normal, que eso todo el mundo lo hace” – una excusa demasiado barata, que pretende simular una conciencia. Pero vaya que esos son los que triunfan, cortesía del silencio del que se aseguran porque la maldad (sí, eso es maldad) de las que uno anticipa son capaces, puede perjudicar eso que a uno tanto le ha costado hacer bien. Y ejemplos como ese abundan y nos sobrepasa el impacto de sus consecuencias que golpean a sujetos de especial protección y a todo el que esté a su alcance y paso y que nos impiden el progreso como sociedad y país.

Personificados también en empresas que de manera sistemática cometen delitos y que parte de su cultura empresarial – evidentemente no la que ponen en hermosos cuadros de adorno – es una cultura del delito y del delincuente.

¿Dónde quedó la ética? En un rincón detrás de papeles que explican procesos infalibles en contra de la naturaleza humana, queda de justificación para expedir leyes que les digan eso que ya saben y que a bien tienen ignorar. Queda en la conciencia de muy pocos que no se dejan corromper y en la conciencia de los que por asegurar el pan acceden a participar de esas prácticas, porque la necesidad tiene cara de perro. Queda en negocios que no se realizan porque no se da el “regalito” y porque a casi nadie le gusta hacer negocios con gente “sin visión” (la supuesta visión esa que te catapulta como “un crack” si eres capaz de romper cuanta regla y ley haya)

Porque la inteligencia de la que hacen gala, les da para la maldad y para lo torcido, para joder al otro y sentir placer y orgullo de haberlo hecho.

Porque hacer el bien y actuar desde principios es una vaina que hace rato paso de moda, pero que debe ponerse en las campañas de marketing y que debe estar en mamotretos de documentos que terminan sirviendo para acumular polvo.

A los malos les va bien, porque la maldad rara vez puede ser combatida si no hay voluntad personal de empezar por uno mismo y conducirse desde la legalidad, la ética, los principios y la transparencia.  No es la clase de conclusión con la que deba uno sentirse cómodo, es más deja peor sabor de boca que un café quemado, pero es una realidad que, si no se enfrenta, si no se le pone un alto, seguirá imperando con las devastadoras consecuencias que a ninguno le es extraña.

Necesitamos más gente incomoda – esas personas maravillosas y extrañas que no intentan perjudicar a nadie, que quieren crecer sin fregar a nadie, que intentan no caer en la tentación de olvidar la ética en los negocios con tal de obtener beneficios personales que perjudican a otros, esas que quieren hacer empresa y contribuir de manera positiva al país.

 

 

 

 

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