Nada más difícil que
defender la ética y las buenas practicas a nivel empresarial, es más complejo
cuando nos referimos a hacerlo en un país como el nuestro que se enorgullece de
su “malicia indígena” que suele estar asociada a aprovecharse de personas o
situaciones para obtener un beneficio propio, sin importar el perjuicio que se
pueda estar ocasionando. Sentirse orgulloso de actuar así es de entrada un mal
presagio.
Solemos decir con
ingenuidad que a quien actúa mal, le va mal; sin embargo, sabemos que no es
así, que ese cuento nadie se lo termina de comer porque la realidad nos dice
todo lo contrario y aunque duela a los que actúan mal, suele irles muy bien
Este mundo se ha volcado
a un fanatismo hacia las malas personas y a las conductas delincuenciales, volviéndose
casi que metas aspiracionales, cosa riesgosa y preocupante, pues estamos ante
una gran cantidad de personas que no han actuado en contra de la ley, por no habérsele
presentado la oportunidad pero que, de surgir, la tomarían sin pensarlo mucho.
Toda esta perorata viene
de los episodios que a nivel empresa se tienen que enfrentar casi que
diariamente, prácticas que están enquistadas en las organizaciones y que no son
más que el reflejo grotesco de la carente ética que adolecen las personas y que
llevan consigo a las organizaciones donde trabajan, sin importar el tamaño que
estas tengan.
No deja de resultar
curioso como se piden cadenas perpetuas para los delincuentes, castigos
medievales y que se les desconozcan todos sus derechos humanos, sin caer en
cuenta que cometer delitos corporativos te pone el rotulo de delincuente.
Es curioso ¿no? Como se
desean los peores males para las conductas de los “otros”, pero no les da para
reconocer lo lesivas de las propias.
Quizá adolezco de
ingenuidad (porque sí, soy una pendeja convencida que hay que hacer las cosas
bien, por ética, por principios y no aparentar hacerlas bien, para encubrir
todo lo que se está haciendo mal) pero llega el punto de ser intolerable como
se quieren alcanzar objetivos sin importar lo que cueste y no me refiero a
esfuerzo, a trabajo duro-. Ya a estas alturas ustedes saben a qué me refiero.
Duele ver que, en el mundo empresarial, ese
mundo que se ufana de transformar la vida de la gente, saber que en la realidad
es un nido de víboras en el que a la brava hay que sobrevivir, porque la gente
lo que menos aspira es a comportarse de manera apropiada.
Los malos ganan, los
malos personificados en consultores que te dicen que han hecho sus negocios pagando
“coimas” y “que tranquilo que normal, que eso todo el mundo lo hace” – una
excusa demasiado barata, que pretende simular una conciencia. Pero vaya que
esos son los que triunfan, cortesía del silencio del que se aseguran porque la
maldad (sí, eso es maldad) de las que uno anticipa son capaces, puede
perjudicar eso que a uno tanto le ha costado hacer bien. Y ejemplos como ese
abundan y nos sobrepasa el impacto de sus consecuencias que
golpean a sujetos de especial protección y a todo el que esté a su alcance y paso y que nos impiden el progreso como
sociedad y país.
Personificados también en
empresas que de manera sistemática cometen delitos y que parte de su cultura empresarial
– evidentemente no la que ponen en hermosos cuadros de adorno – es una cultura
del delito y del delincuente.
¿Dónde quedó la ética? En
un rincón detrás de papeles que explican procesos infalibles en contra de la
naturaleza humana, queda de justificación para expedir leyes que les digan eso
que ya saben y que a bien tienen ignorar. Queda en la conciencia de muy pocos
que no se dejan corromper y en la conciencia de los que por asegurar el pan
acceden a participar de esas prácticas, porque la necesidad tiene cara de perro.
Queda en negocios que no se realizan porque no se da el “regalito” y porque a
casi nadie le gusta hacer negocios con gente “sin visión” (la supuesta visión
esa que te catapulta como “un crack” si eres capaz de romper cuanta regla y ley
haya)
Porque la inteligencia de
la que hacen gala, les da para la maldad y para lo torcido, para joder al otro
y sentir placer y orgullo de haberlo hecho.
Porque hacer el bien y
actuar desde principios es una vaina que hace rato paso de moda, pero que debe
ponerse en las campañas de marketing y que debe estar en mamotretos de
documentos que terminan sirviendo para acumular polvo.
A los malos les va bien,
porque la maldad rara vez puede ser combatida si no hay voluntad personal de
empezar por uno mismo y conducirse desde la legalidad, la ética, los principios
y la transparencia. No es la clase de conclusión
con la que deba uno sentirse cómodo, es más deja peor sabor de boca que un café
quemado, pero es una realidad que, si no se enfrenta, si no se le pone un alto,
seguirá imperando con las devastadoras consecuencias que a ninguno le es
extraña.
Necesitamos más gente
incomoda – esas personas maravillosas y extrañas que no intentan perjudicar a
nadie, que quieren crecer sin fregar a nadie, que intentan no caer en la tentación
de olvidar la ética en los negocios con tal de obtener beneficios personales
que perjudican a otros, esas que quieren hacer empresa y contribuir de manera
positiva al país.
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